Se iba y se marchaba su tiempo con él.
Quedaba nada, quedaba susto.
Ahogada en su castigo y el mío.
Sumisa de compartir sus lágrimas y las mías.
Se apagaban mis últimos suspiros cuando el dobló,
y se dejó su última brisa flotando en aquel.
Siempre quedarán las rosas que añoran
frías e inertes, mojadas entre la vigilia de la noche,
nuestros pocos restos que nos guardan recuerdos.
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