Como un ángel subiste al cielo,
dejándonos entre la amargura y el invierno.
Te fuiste acompañando a nuestro destino,
como soplos fríos de aquel llanto viento.
El amor se despidió de ti.
Con mi más célebre caricia
me alimenté de ti,
hasta caer en la avaricia.
En los prados de ese monte,
aún te veo venir,
sentada en aquel caballo
del poco amigo que fui.
Te dejé escapar entre mis dedos,
correr por mis venas,
sangrar en mis mejillas.
Te dejé volver a los recuerdos.
Más no bastó para fallecer dentro de mi,
más solo consiguió un eterno fin.
Mi perdición fue quererte y
mi salvación, amarte.
Te amé hasta rabiar,
te amé hasta morir, pero,
solo el invierno supo
cómo te dejé ir.
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