No me gustan los puntos pequeños.
Pequeños y suspensivos.
Son como yo y mis padres, tres puntitos mal puestos a conciencia,
como el lastre y su asquerosa lastra, como algo suspenso o suspendido en el aire.
Esos puntitos, mi madre, mi padre y yo.
Indefensos, a la espera de un ay, de cambios, de respuestas.
De más, de menos?
De algo obvio, de algo incierto?
Coagulados entre sí, compañeros del alma.
Cogidos de la mano para el bien, para el mal, cuando se quedan inconclusos, a falta de palabras
entre un final que no tiene precio, ni salida, ni respuesta.
Y no pueden escapar, porque la sangre que los ata está puesta en ellos, pegada a sus muertes.
Y la maldición sigue, si alguno no corta el hilo, si algún punto cae y se rompe.
Esperan tendidos, una nueva frase que comenzar, una nueva vida por la que luchar.
Porque están tan desgastados como el último borrón de su última letra.
Pese a ser alguien inofensivo y necesario, los puntos siguen pequeños, suspensivos, sin final, sin principio, capicúas.
Que carecen de valor, de sentido alguno, amando sintiéndose solos.
Solo callan bajo el hechizo de la promesa de un final.
re-nacer, re-hacerse ante la violencia de todo este mundo
6 may 2015
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